Sobre el bloqueo literario y las historias perras
Tengo la teoría
–no comprobada, como toda teoría que se precie- de que cada obra literaria –y
quizás artística en general- impone su forma sobre el autor. Mucho se dice –yo
también lo he dicho- que tal autor no puede escribir sino a mano, o en una
máquina de escribir de las más antiguas, o en un determinado parque, a una
cierta hora, en una temporada del año específica. Yo no creo que esto sea
exacto: creo, más bien, que hay obras que no se dejan escribir si no es de una
manera precisa, bajo sus condiciones específicas, jugando con sus propias
reglas: Mi teoría es que las obras son unas tiranas del espíritu creador, al
punto de que no sólo nos obligan a sentarnos en tal sitio, con cierta música o
sin ella, con un bolígrafo de determinado color, sino que además, no nos dejan
en paz hasta que hemos abandonado todo –trabajo, familia, amigos y cualesquiera
ocupaciones que podamos haber conseguido- para dedicarnos a ellas.
Me da, con
cierta frecuencia, y como si ello me convirtiera en una escritora de verdad,
por declararme víctima de algo que llaman “bloqueo literario”. La verdad, y
apenas me he dado verdadera cuenta de ello, es que todo eso de que no puedo
escribir porque hay ruido, porque no tengo tiempo o computadora, o porque tengo
demasiadas preocupaciones en la cabeza (todo lo cual es cierto) no es sino un
cúmulo de excusas mediocres: sé que he escrito cuentos de cualquier manera, en
un vagón de metro, en los pasillos de la universidad justo antes de un examen,
en un “recogelocos” de Caracas a Valencia a las once de la noche y con
vallenato a todo volumen: la verdad verdadera es que esta novela que estoy
intentando escribir es una maldita, que se la da de exquisita y sólo quiere ser
escrita si es a mano, con tinta negra y un café con leche al alcance de la
mano, sin demasiado ruido ni demasiado silencio, sin que nadie me interrumpa
porque pierdo el hilo.
Y yo me le
planto a la muy perra de mi novela y le pregunto, ¿tú sabes en qué condiciones
escribí Cuentos en el espejo?
Robándole minutos al tiempo que no tenía, línea tras línea tras línea como en
un arranque febril, sin descanso ni tregua, y tú, novela de porquería,
pretendes dedicación exclusiva y todo el tiempo del mundo, condiciones
especiales y un trato preferencial, y nada menos que escribirte a mano, cosa
que no hago desde los quince años y que nunca, nunca, nunca, me proporcionó un
texto decente, o siquiera legible.
A todas estas,
lo único que he sacado en claro es que cada libro es como una relación de
pareja, y que ahora estoy en una, con una mujer neurótica, celópata e
inestable, y todo apunta a que no va a durar.
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