De la fragilidad y las camillas de hospital

Acostada en la fría camilla, me miro en el espejo del fondo, horizontal y frágil, demacrada, cubierta tan sólo por esa ficción azul que es la bata de un hospital. Me han dejado sola, con este aparato que me sujeta con pinzas los tobillos y las muñecas, y esos círculos de metal succionándome la piel del pecho. Yo sólo me miro al espejo. Ya regresarán. Para ellos soy sólo esa línea roja, irregular e intermitente, que va escupiendo la máquina sobre una cinta de papel. Mi corazón sobresaltado, mi temor de mi propia imagen en el espejo, ese rostro gris, desvaído, envejecido prematuramente por el continuo malestar, nada de eso importa ahora.
Sólo somos el espejo y yo, la inútil cubierta azul y yo, que es lo mismo que decir, mi desnudez y yo. E intento reconciliarme con mi cuerpo enfermo, que sabe que por momentos lo odio por frágil, por inconsistente, por traicionarme cuando más lo necesito. Pero sé que también lo he traicionado, lo he maltratado y he llegado a querer abandonarlo.

Nos concedemos mutuamente amnistía y esperamos el regreso del médico.

Comentarios

Hola Marianne... Me encantan las secuencias y el estilo de tus entradas; de hecho, hay una (Cansada de posar) que me ha recordado mucho a Virginia Woolf. Admiro tu prosa y la intensidad de tu ejercicio literario. Gracias por escribir como lo haces. Espero leerte con más frecuencia.
Un saludo.
marianne dijo…
Gracias por tus palabras, Luis; me anima mucho saber que gusta lo que escribo. Espero seguir teniéndote por aquí.
Saludos,

Marianne

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