Cosas que nos enseña la zoociedad
Descubrí que la forma más sencilla para que una mujer promedio empiece a detestar una tienda a la que siempre adoró, es teniendo dinero para comprar en ella.
Quise probarme un vestido en Naf Naf. Descubrí un par de cosas. La primera de ellas, que soy considerada una talla G. G mayúscula, G de Grande. A veces, incluso más. La segunda de ellas, que Naf Naf no vende tallas G.
Hay líneas de ropa que ni siquiera la fabrican.
Mis caderas miden cien centímetros. Sí, lo admito. Mi cintura mide setenta. Según los ociosos que se encargan de calcular esas cosas (más Luis Fernández), existe un presunto coeficiente de sensualidad que resulta de dividir la segunda cosa entre la primera, y tal resultado debe aproximarse lo más posible a 0.7. Bueno, mi coeficiente da exactamente eso, pero fíjense que no parece ser posible conseguir un vestido para la cena de Navidad del Ministerio.
Me recorrí el Sambil Valencia. Me probé como diez vestidos en todas las tallas que había. Me calé que las muchachas en los probadores me miraran de arriba abajo como diciendo: ¿ésta cree que va a conseguir ropa aquí?. Pues fíjense que ellas sabían su negocio. Mi talla no existe. Y maldito el coeficiente de sensualidad, que Barbie sacó 0,54 y parece que sigue siendo el modelo a seguir.
¿Lo peor de esta divagación estúpida, cuando sé que hay temas mucho más trascendentales de qué hablar? Que sucumbí ante la sociedad.
Me puse a dieta.
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