De depresiones y fluoxetina (o Más Prozac y menos Platón)
Hace algún tiempo -no mucho- mi médico (o médica, diría la Constitución) me recetó fluoxetina (bajo un nombre comercial al que no le voy a hacer publicidad). La fluoxetina es un psicofármaco que se usa en el tratamiento de la depresión, entre otras cosas. Valga decir que no me hizo nada, supongo que porque me la tomé como por cinco días y la dejé. Diría mi doctora que soy una depresiva que además, tiene el agravante de no querer curarse.
Tampoco es cierto. Hoy, por ejemplo, estoy pensando si aquella caja a medio tomar que dejé por ahí, no me haría algo de bien en estos momentos. Pero no creo. Sé que estoy deprimida, lo sé; que no quiero levantarme de la cama por las mañanas y que tomar el autobús para ir a la Universidad me supone un esfuerzo indecible; ni qué decir de llegar hasta el terminal para realizar un viaje agotador cada martes hasta Caracas. Sé, también, que este estado de inercia en el que me muevo es el mismo, quizás agravado, que aquel bajo el cual me recetaron la fluoxetina. Pero comprobé, aquella vez, que disfrazar las cosas con medicamentos no es una solución viable. Que no sirve de nada si cuando dejo de tomar las pastillas, me vuelvo a sentir como antes. Que esto requiere de soluciones más efectivas.
También sé que la doctora tuvo razón en algo: la (rellene el espacio con la grosería de su preferencia) medicación se hace necesaria cuando no tienes la fuerza de tomar las determinaciones que se requieren para salir de la depresión. Valga decir, cuando no puedes levantarte por las mañanas -o por las noches- ni siquiera a escribir tonterías en un blog.
Quizás opte por la solución intermedia y busque un médico. Quién sabe.
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