Un fragmento de mi novela

Un fragmento, breve, de la novela que estoy escribiendo. Sin pies ni cabeza. No sé ni siquiera por qué lo pongo aquí, quizás para exorcizar el silencio de esta madrugada en la que no puedo conciliar el sueño. Lamento la pérdida del formato y las sangrías correspondientes al publicarlo. Pero en fin, lamento tantas cosas, que una más o una menos no viene al caso.


Lo supe desde el primer momento, eso creo; Antonio nunca fue bueno para esconder las cosas, y no parecía darse cuenta de que aquel perfume de mujer se había quedado impregnado en su ropa; no parecía notar –o acaso no le importaba- que sus labios, en ese beso casi sin roce que era lo poco que aún me daba, sabían distinto; no parecía darse cuenta de que yo no me creía ninguno de esos cuentos de reuniones de trabajo hasta altas horas de la noche, y de llamadas de amigos que, de repente, habían reaparecido en su vida. Los hombres se vuelven particularmente productivos en el trabajo cuando están montando cachos, me decía yo, casi sarcástica si no fuera porque dolía tanto

y a pesar de todo, yo me seguía preguntando qué había hecho mal, qué podía hacer para reconquistarlo, para tenerlo de vuelta, para hacer que me amara de nuevo, y me dedicaba cada vez más a la casa, a prepararle cenas especiales que a veces no alcanzaba a comer –una reunión de trabajo, voy a llegar tarde, no me esperes despierta-, a arreglarme, maquillarme, comprarme ropa para él

como aquella vez del negligé rosa y las velas, y yo esperando sobre la cama tendida, cubierta con pétalos de rosas, y las horas que pasan y la noche que llega y el teléfono que suena soy yo, se me hizo tarde con Guillermo, no me guardes la cena que voy a comer con los muchachos y las velas que se apagan y yo limpiando la cama de pétalos marchitos, cambiándome de ropa, poniéndome un pijama y recogiéndome el pelo en un moño

y quitándome el maquillaje con crema humectante y con lágrimas

después fue, si cabe, aún peor

las llamadas a la casa a altas horas de la noche, y yo que atiendo el teléfono y un silencio de mujer que al otro lado cuelga el auricular

y cada vez eran más frecuentes y siempre tenía que atender yo, no sé por qué, no sé por qué simplemente no te dejaba atender el teléfono y poner voz de que estabas hablando con Guillermo o con Enrique y que, claro, ya ibas para allá, qué vaina, chico, este trabajo que no me deja descansar tranquilo en casa, como si de verdad te molestara, claro que ella, del otro lado de la línea, sabía que tú no tenías intenciones de descansar

y yo también lo sabía

pero yo tenía que atender el teléfono todas las veces que fuera posible, porque es que a ti nunca te colgaban el auricular, sólo a mí, y cuando yo atendía nunca era Guillermo ni Enrique ni Esteban que te llamaban a una reunión de trabajo de emergencia a cualquier hora de la noche,

eso nunca ocurrió cuando yo atendía las llamadas

sólo el silencio

hasta que un día, el menos pensado, el silencio del otro lado de la línea tuvo la infeliz idea de abrir la boca

tu marido se acuesta conmigo, ¿sabes?, desde hace varios meses

y tira como los dioses

y otras cosas más que no escuché

o no quise escuchar

o no pude escuchar

y esta vez era yo quien colgaba el auricular

y tú que decías quién era, por qué esa cara

y yo nadie, no era nadie

otra vez algún niño jugando con el teléfono

y yo muerta.

Comentarios

Unknown dijo…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo…
Terrible, maravilloso, y terrible.
Devastador. Hermoso. Funciona por sí solo.

¿qué decir? yo también estoy escribiendo una novela, es todo un tema...
¿Estás cerca del final?

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