A manera de celebración

Pensé en colgar acá alguna de las (escasas) fotos tomadas durante la presentación de mi libro, pero entonces recordé aquel polémico post publicado por Enza, que algunos recordarán y que trajo, a la larga, el cierre de su blog; razón por la cual, llegué a la conclusión de que para eso está Facebook, y en consecuencia, a manera de celebración, en vez de foto pongo cuento. Uno de los diecinueve cuentos que componen mi libro, y que dejo de regalo (o de castigo) para los que no puedan (o no quieran) comprarlo.

La salsa de tomate no lleva cebolla

- Tomate, sal y ajo, y un poco de orégano –recitaba mi madre mientras iba añadiendo, uno a uno, los ingredientes al sartén-. La salsa de tomate no lleva cebolla –repetía entonces, por tercera vez, como una especie de mantra o de lema inexpugnable de cocina, que necesitábamos memorizar y hacer parte de nuestro credo personal.

Entonces comenzaba a medir las porciones de espagueti formando un círculo con sus dedos pulgar e índice. A su lado, a prudente distancia, mis hermanas y yo observábamos el procedimiento cada vez que mi madre cocinaba. Sabíamos que tenía sus manías para cada ingrediente, pero con ninguna receta era mi madre tan estricta como con la pasta y la salsa de tomate.

- El tomate hay que escaldarlo unos minutos y luego quitarle toda la piel –decía, seria-. Si se le deja algo de piel, toda la salsa queda ácida.

Nosotras, con los ojos muy abiertos, mirábamos atentas tratando de absorber las instrucciones que mi madre nos repetía, para que las aprendiéramos de memoria. Era en esos momentos cuando, de tanto en tanto, dejaba caer su segundo mantra:

- Las mujeres deben saber cocinar. De lo contrario, es como si no supieran hacer nada. Una mujer que no sabe cocinar es como un cuchillo que no corta.

En esa frase mamá resumía toda la doctrina que tenía para enseñarnos. De eso hace años. Pero aún recuerdo que en esos momentos, algo dentro de mí insistía en sentir que yo no podía ser sólo una herramienta para cocinar.

Tengo dos hermanas, cada una un año mayor que la anterior. De modo que somos casi tres copias ampliadas, que cuando éramos niñas pasábamos por tener la misma edad. Al crecer todo fue distinto. Las tres terminamos el bachillerato juntas; mis hermanas se quedaron en casa y yo decidí estudiar una carrera. Mis padres no estuvieron de acuerdo: les pareció inútil e innecesario, de modo que tuve que irme por mi cuenta y trabajar desde el primer día. A los pocos años, mis hermanas se casaban; un par de años más y llegaban los primeros nietos. Mis padres no podrían haber sido más felices. Bueno, quizás si yo les hubiera llevado la noticia de que me casaba y abandonaba la carrera. Pero eso no pasó.

A pesar de todo, visito la casa de mis padres una vez al año. Mis hermanas y sus esposos se han comprado casas en la misma calle, de modo que toda la familia sigue viviendo ahí, como siempre. Eso significa que la casa está constantemente llena de gente: mis hermanas, mis cuñados, mi larga hilera de sobrinos y sobrinas cuyos nombres tiendo a confundir: Georgina, Fiorella, Giuseppe, Gian Franco, Laura, Antonio. No sé en qué momento mis hermanas tuvieron tantos hijos. Entonces los niños corriendo por todos lados, los hombres de la familia sentados por ahí, hablando casi a gritos, leyendo el periódico o fumando, y las mujeres en la cocina. Y mi madre que repite:

- Tomate, sal y ajo, y un poco de orégano –mientras va añadiendo los ingredientes, uno a uno, al sartén-. La salsa de tomate no lleva cebolla.

Y en algún momento, mis tías o mis hermanas, que aunque no viven en casa parece que vivieran, me hacen la pregunta inevitable:

- Tú, ¿cuándo te casas? ¿Ya conseguiste novio?

De regreso en casa, después de cada viaje, me entretengo en cambiar las cosas de sitio, en poner flores o quitarlas, en dejar el televisor encendido todo el día: son pequeñas señales de libertad que me dejo a mí misma, como intentando recordarme que tengo el control sobre mi vida, como regodeándome en el hecho de que no me he casado, de que vivo sola, de que trabajo y soy por completo independiente. Pago mis cuentas, gano mi propio dinero, obtuve mi título como lo deseaba. Tengo en casa los muebles que quiero, como cuando quiero, me voy a dormir a la hora que me plazca. Cada vez que regreso de casa de mis padres, tengo que repetirme todo esto a mí misma, exorcizando los fantasmas.

Me da hambre, y decido hacerme algo de comer. Voy a la cocina, escaldo los tomates, les quito toda la piel. Mido una porción de espagueti entre mis dedos pulgar e índice, y uno a uno, voy agregando a la sartén: tomate, sal y ajo, y un poco de orégano.

Comentarios

que interesante! todos los recuerdos, las emociones y los pensamientos siempre llegan a la cocina. La memoria es una gran lista de olores y sabores, de los que no se pueden escapar. Me gustaría leer esos cuentos tuyos, estoy trabajando la memoria a tarvés de olores, sabores y hasta en cosas intimas de esos que se hacen en el baño. Escribeme.
Maryluz
maryluznp@gmail.com
Anónimo dijo…
¡muy italiana la historia! y feminista!! (dos ingredientes que me gustan).
saludos,
t.
pd:¿en altagracia lo venden? si, si ¿donde?
Benedetto dijo…
Questa piccola stòria mi ha piaciuto moltìssimo! ;-D


( Frescura; ingredientes que me gustan / Asì como la "Cipolla" en la salsa de tomate ...)



Saludos!

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