Invadida por los libros
Los libros me van a pedir el desalojo. Ni más ni menos. Cuando me mudé, hace un par de meses, presentía que este nuevo lugar sería, se quedaría pequeño para tanto libro, pero no pude prever las consecuencias.
Comenzaron ocupando la mesa de la computadora, que ahora permanece en su caja. La plataforma del CPU, el espacio de los cd's, se llenó de torres de libros apilados en hermosas columnas multicolores de palabras y títulos. Me di cuenta, al ordenarlos, que aún me faltan algunos por leer, que durante la mudanza compré pero no leí, que a veces me equivoco al comprar libros.
Dos cajas grandes repletas de libros inútiles o estrictamente innecesarios fueron enviados, una detrás de la otra, a Altagracia. Allá hay espacio, lectores, y en su defecto, polillas. Pero me di cuenta de que a pesar de eso, aún había dos cajas más, enormes, sin desempacar.
Una de ellas fue a dar a los estantes inferiores de la mesa del televisor. De nuevo uno al lado del otro, apretados, los libros ocuparon sus lugares. Parte de la otra permanece en una de ésas cestas organizadoras, junto al teléfono. Pero no bastaba. Aún quedaban decenas de libros de la universidad, cuya existencia ni recordaba, y -oh sorpresa- al entrar a la habitación que permanece desocupada, me encuentro con que ya no está desocupada: había una caja más, cuyas esquinas acabaron por ceder al peso de los libros y se han desperdigado por todo el piso, al punto que no puedo pasar.
Neruda está en el suelo, junto a Miguel Otero Silva, Juan Gelman, Sade y -oh vergüenza- Coelho. A mi lado, junto a la laptop, permanecen todos los cuentos de García Márquez, con los imprescindibles: Cortázar, Vallejo, José Balza, Antonia Palacios. Mi edición dedicada de Los cristales de la noche. Massiani. Aldous Huxley. Pereira. Goethe.
Los criterios según los cuales elegí los libros de esta mesa, los que no pude separar de mí, son meramente emocionales. No obstante, al hacerlo como lo hice, corro el riesgo de que, en cualquier momento, la inestable torre de libros me sepulte, causando mi muerte, o por lo menos, mi asfixia momentánea.
La gravedad del problema no radica en ese punto. Es que, al entrar a mi cuarto, me encuentro sobre mi cama ediciones a medio leer de Sael Ibáñez, Ana Teresa Torres, otro Miguel Otero Silva, y arruinando el paisaje, un Código Civil.
Los libros me han desplazado, y sé que de un momento a otro, cuando ya no haya espacio, me pedirán el desalojo, porque quien comienza a sobrar soy yo.
Comenzaron ocupando la mesa de la computadora, que ahora permanece en su caja. La plataforma del CPU, el espacio de los cd's, se llenó de torres de libros apilados en hermosas columnas multicolores de palabras y títulos. Me di cuenta, al ordenarlos, que aún me faltan algunos por leer, que durante la mudanza compré pero no leí, que a veces me equivoco al comprar libros.
Dos cajas grandes repletas de libros inútiles o estrictamente innecesarios fueron enviados, una detrás de la otra, a Altagracia. Allá hay espacio, lectores, y en su defecto, polillas. Pero me di cuenta de que a pesar de eso, aún había dos cajas más, enormes, sin desempacar.
Una de ellas fue a dar a los estantes inferiores de la mesa del televisor. De nuevo uno al lado del otro, apretados, los libros ocuparon sus lugares. Parte de la otra permanece en una de ésas cestas organizadoras, junto al teléfono. Pero no bastaba. Aún quedaban decenas de libros de la universidad, cuya existencia ni recordaba, y -oh sorpresa- al entrar a la habitación que permanece desocupada, me encuentro con que ya no está desocupada: había una caja más, cuyas esquinas acabaron por ceder al peso de los libros y se han desperdigado por todo el piso, al punto que no puedo pasar.
Neruda está en el suelo, junto a Miguel Otero Silva, Juan Gelman, Sade y -oh vergüenza- Coelho. A mi lado, junto a la laptop, permanecen todos los cuentos de García Márquez, con los imprescindibles: Cortázar, Vallejo, José Balza, Antonia Palacios. Mi edición dedicada de Los cristales de la noche. Massiani. Aldous Huxley. Pereira. Goethe.
Los criterios según los cuales elegí los libros de esta mesa, los que no pude separar de mí, son meramente emocionales. No obstante, al hacerlo como lo hice, corro el riesgo de que, en cualquier momento, la inestable torre de libros me sepulte, causando mi muerte, o por lo menos, mi asfixia momentánea.
La gravedad del problema no radica en ese punto. Es que, al entrar a mi cuarto, me encuentro sobre mi cama ediciones a medio leer de Sael Ibáñez, Ana Teresa Torres, otro Miguel Otero Silva, y arruinando el paisaje, un Código Civil.
Los libros me han desplazado, y sé que de un momento a otro, cuando ya no haya espacio, me pedirán el desalojo, porque quien comienza a sobrar soy yo.
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Saludos!