Cosas que no se van por el desagüe

Ella se ducha todos los días al llegar del trabajo. A veces, con suavidad; con gel de baño aromatizado y con una esponja especial. Otras veces, con fuerza; como si fuera posible exfoliar los recuerdos que se encuentran pegados a la piel.
Ella se lava el cabello como quien cree que las ideas y los pensamientos se hallan adheridos a los mechones; como si fuera posible hacerlos ir por el desagüe hasta desembocar en cualquiera que sea el lugar a donde van las células muertas y el jabón. El agua helada la hace erizar. El frío le hace doler el pecho. Al salir de la ducha, al secarse, envolverse en una toalla, incluso después de cubrirse con tres capas de ropa y meterse a la cama, el frío seguirá acompañándola, aferrándose a ella, atormentándola.
Entonces ella, bajo dos gruesos cobertores -las ventanas cerradas, la televisión encendida para hacer ruido- no tendrá opción sino entender, por esta noche, que la soledad no se quita con jabón.

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