Resistencia al viento

La ventisca elevaba pequeñas e innumerables briznas amarillas entre sus piernas mientras caminaba. (A ella le habría encantado decir doradas, le habría sonado poético, pero no eran doradas, eran amarillas, de un color pajizo y triste que combinaba perfectamente con su ánimo). Atravesó las calles vacías, el estacionamiento vacío del centro comercial vacío, luchando contra el viento que parecía querer luchar contra ella, ella sola en aquel desierto domingo por la tarde.
Entretanto, en aquel preciso instante, él aterrizaba al otro lado del mar, con otra mujer sentada a su lado -desencajando en el panorama, si me preguntan, pero no me han preguntado- y ella, de este lado del mar, escuchaba su ipod para no pensar. Espero que no esperes que te espere después de mis veintiséis, decía la voz, la paciencia se me ha ido hasta los pies, y ella se preguntaba si debía tener paciencia a sus veintidós o veintitrés, o si ya era suficiente, y si debía tenerla, de dónde podía sacarla, pues la suya hacía rato se había agotado. La canción dio un salto -mal grabada, pensó- y ella cerró los párpados con fuerza para impedir que una mezcla de polvo y briznas se metiera en sus ojos. No son doradas, pensó, pero hace tiempo que la vida no es poética. Ella lo había sido. Hubo alguien -tanto tiempo atrás que no sabía si era en esta misma vida- que le había dicho que sus metáforas retumbaban. Pero ese alguien probablemente -quizás, pensó- no sabía que se lo decía a ella. También le dijo que él no era poético. Los hombres raramente lo son, se dijo. No los heterosexuales.
Siempre hubo alguien antes de ti, le había dicho ella -al del avión del otro lado del mar, aunque para ella fuera innecesaria la aclaratoria, porque él siempre era Él- y agregó, los otros sólo fueron postergaciones a tu llegada. Pero él no había entendido, ella lo sabía. Hacía largo tiempo que él ya no entendía nada. Pasaba cuando las almas comenzaban a hablar idiomas distintos.
Él, entonces, aterrizaba y hacía check-in en el hotel. Ella, entretanto, de este lado del mar, caminaba, hundiéndose más y más en el abrigo que no la protegía del frío, escuchando en su ipod una voz que decía so I'll live again 'cause I've waiting in vain..., y haciendo todo cuanto podía hacer, que no era más que, con su débil cuerpo, ofrecer resistencia al viento que seguía intentando derribarla.

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