Arcilla roja
A veces no me gusta estar sola.
A quién quiero engañar. Casi nunca me gusta estar sola. Esto, por supuesto, en un contexto donde estar sola significa estar sin ti, específicamente sin ti, como significa cada vez que utilizo la frase estar sola. Pero la verdad, para entrar en el punto, es que sé que no es sano que no me guste estar sola, y también sé, perfectamente, que es mera malcriadez mía, que puedo estar sola, que a las pocas horas me adapto y que está bien.
Hace falta estar solo. Hace falta mirarse al espejo, encontrarse los ojos, sonreírse a sí mismo. Hace falta tocarse la piel y reconocer dónde acaba uno y empieza el resto del mundo. Hace falta, para qué negarlo, estar solo y en silencio, darse tiempo de escuchar los propios pensamientos, disfrutar la compañía de uno mismo. Escuchar la música que me gusta (disfrutar los placeres culposos, esas cosas que presuntamente me daría vergüenza que alguien encontrara en mi ipod, pero mentira, qué vergüenza ni qué nada, si seguro ustedes escuchan cosas peores), llenarme, como hoy, hasta el codo de arcilla roja y dejar que algo salga de la punta de mis dedos, una muñeca, una casa, cualquier objeto, disfrutar de la dicha de crear. Escribir, ver una película sola, llorar sin pena por una historia cursi.
Hace falta estar solo. Darse una ducha larga con agua fría, por el puro placer de sentir el agua contra la piel. Escribir. Sobre todo, hace falta escribir. Pero también estar solo.
Nada de esto quiere decir, entiéndase, que no te extrañe. Pero sí, que viene bien, de vez en cuando, estar sola.
Comentarios
Leer para estar solo es lo más difícil porque, mientras deshaces esa madeja de cristal negro -que otro ingrato ha enredado por vos-, no puedes jactarte. Todo es menos torpe que tú.
El resto está bien para hacerle un poco de gimnasia a la soledad. Pero en la hoja agatonada simplemente estás perdido. Solamente ahí el silencio se descubre luengo. Casi insoportable.