Sobre el ataque de los comejenes asesinos
Allá, Guárico adentro, hay un pueblo que no es exactamente pueblo, pero que tampoco es ciudad. Un lugar que tiene una sola sala de cine, a punto de derrumbarse, pero donde el tráfico es para volverse loco. Un sitio donde, periódicamente, alguien se casa o se suicida, lo que quiere decir, en sumatoria, que es alto el número de personas que atenta contra sus propias vidas. Ahí nací yo.
Hace un montón de años -bueno, tampoco tantísimos- yo usaba medias blancas a media pierna y unos lentes enormes que me cubrían casi la totalidad del rostro. No tenía prácticamente ningún amigo, y me pasaba perfectamente bien entre las enormes estanterías llenas de polvo y de libros que había en casa.
Un día -contaría yo unos nueve años, quizá menos- me apropié de dos cuadernos escolares, y uniéndolos por el lomo con toneladas de cinta plástica, me senté a escribir una "novela". Seis, ocho meses después estaba lista, y por supuesto, era pésima, pero yo la leí y la releí, la corregí y la volví a corregir, le dibujé una portada, y soñando con verla publicada algún día, la guardé en un estante.
Poco tiempo después, si acaso algunos años, los comejenes atacaron mi adorada bibloteca, y esquivando con recelo el Almanaque Mundial, devoraron a Borges y a Cortázar, volviendo polvo también los cuadernos de mi primera novela (no tenían mucho criterio gastronómico, los comejenes). Aunque sé que era mala, jamás he podido reponerme de esa pérdida.
Hoy quisiera volver a escribirla, pero ya no soy capaz de ver el mundo con los mismos ojos, ni de narrar las mismas historias. No es la edad, los más de diez años que median entre entonces y ahora, lo que me ha cambiado. Es la ciudad, con sus historias en cada esquina, en cada tienda, en cada parada de autobús. Mi primera novela se quedó irremediablemente perdida en el pasado, mientras yo sigo cazando historias en los rostros de la gente que pasa.
Hace un montón de años -bueno, tampoco tantísimos- yo usaba medias blancas a media pierna y unos lentes enormes que me cubrían casi la totalidad del rostro. No tenía prácticamente ningún amigo, y me pasaba perfectamente bien entre las enormes estanterías llenas de polvo y de libros que había en casa.
Un día -contaría yo unos nueve años, quizá menos- me apropié de dos cuadernos escolares, y uniéndolos por el lomo con toneladas de cinta plástica, me senté a escribir una "novela". Seis, ocho meses después estaba lista, y por supuesto, era pésima, pero yo la leí y la releí, la corregí y la volví a corregir, le dibujé una portada, y soñando con verla publicada algún día, la guardé en un estante.
Poco tiempo después, si acaso algunos años, los comejenes atacaron mi adorada bibloteca, y esquivando con recelo el Almanaque Mundial, devoraron a Borges y a Cortázar, volviendo polvo también los cuadernos de mi primera novela (no tenían mucho criterio gastronómico, los comejenes). Aunque sé que era mala, jamás he podido reponerme de esa pérdida.
Hoy quisiera volver a escribirla, pero ya no soy capaz de ver el mundo con los mismos ojos, ni de narrar las mismas historias. No es la edad, los más de diez años que median entre entonces y ahora, lo que me ha cambiado. Es la ciudad, con sus historias en cada esquina, en cada tienda, en cada parada de autobús. Mi primera novela se quedó irremediablemente perdida en el pasado, mientras yo sigo cazando historias en los rostros de la gente que pasa.
Comentarios
andaba por la vereda y vi la puerta abierta.., aca estoy conociendote y saludandote, vaya..!!! mil besos para ti
Saludos