Emigración, exilio, asilo, refugio

(*) Advertencia: El siguiente post es una divagación por completo incoherente sobre cosas que no le importan a nadie, de modo que si, como a mí, te molestan los escritos que no tienen ideas principales y secundarias, un argumento o alguna clase de hilo conductor o conclusión, te recomiendo que omitas su lectura.

Cinco horas de cola para hacer el trámite del pasaporte. ¿Cuántos cuentos se pueden leer en cinco horas? ¿Cuántos besos se pueden dar en cinco horas? ¿Cuántos sueños se pueden crear en cinco horas?

No sé.

No leí cuentos ni di besos ni creé sueños. Sonreí escasas veces y la mayor parte del tiempo sólo me esforcé por ver el asunto con optimismo: a fin de cuentas, si no hubiera estado allí, me habría encontrado frente a un escritorio colmado de papeles, de trámites administrativos y trabas burocráticas, atendiendo a trabajadores malhumorados y sindicalistas muchas veces agresivos. No era que me estaba perdiendo de gran cosa, tampoco.

Mi profesora de francés (Madame, o en todo caso Stéphanie, pero nunca, jamás, Madame Stéphanie) dice que soy “natural” para el idioma. Bien por ella, lo que soy yo, no entiendo nada, y tengo un arroz con mango tal en la cabeza que no sé por momentos a cuál de los cuatro idiomas que medio machuco pertenecen ciertas palabras (y digo que los medio machuco, porque no hablo ni entiendo bien ninguno de los cuatro, ni siquiera el español). Hace unos días intentaba hacerme entender en inglés (por Messenger) con la editora de una revista, y estuve a punto de decir algo como je ne capisco pas lo que you are saying. Sí, se me hizo muy difícil sostener una conversación en esos términos. Tengo los cables cruzados. Igual, a veces no sé si me hablan de derecho civil, laboral o administrativo, y confundo apelación con recurso y jurisdicción con competencia. Pero eso ya es un asunto de distinta gravedad y origen: la educación fragmentaria que recibí en la universidad.

Divago, sólo divago. Vi algo que sé que una amiga mía debe saber, sé que debo decírselo, y sé que yo moriría al enterarme (siendo yo, mucho más siendo ella). Sólo no sé cómo decírselo para que le duela lo menos posible, por dónde empezar, cuál hombro ofrecerle para que llore, qué palabras de apoyo decirle después que ayuden a menguar su dolor. Me pregunto, qué palabras necesité yo que me dijeran, cuáles fueron ésas que nadie atinó a decirme, y sólo entonces entiendo que tales palabras no existen, y que si existen son mentira, y quizás sea por eso que las necesitaba. Porque a veces la verdad es un sitio donde no hay refugio posible, y uno quisiera esconderse en el autoengaño. Pero no se puede.

No se debe, corrijo. Todo se puede. (Todo me es lícito, pero no todo me conviene, o algo semejante dice la Biblia. Que no es que yo crea mucho en ella, lamentablemente, pero de que dice cosas sabias las dice).

(Creo –y me disculpan la digresión- que y yo sabemos más que bien que todo se puede, pero no todo se debe).

Releo el post y me doy cuenta de que, entre lo del pasaporte y los cuatro idiomas que maltrato, parece que quisiera irme del país. Pero no, sólo quiero viajar. Una semana a un sitio, dos a otro, regresar a casa. Lo que me falta, en esa ecuación, (aparte de dinero) es un lugar adonde regresar.

A veces los viajes son maneras de escapar de la vida que tenemos; a veces son intentos de escapar de uno mismo. Tengo un par de amigos/as a los que les obsesiona viajar. Es probable que sean, también, entre mis afectos, aquellos que están más inconformes, más incómodos consigo mismos. Yo tampoco soy del grupo de las más cómodas. Huyo constantemente de mí. Es por eso que, más que una casa, más que una familia, quisiera hallar en mi interior un lugar a donde volver siempre. Dejar de ser una refugiada de guerra de mi propio ser.

Firmar una tregua, una amnistía, un tratado de paz conmigo misma. Ojalá fuera tan fácil.

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