Tonterías que no son cuentos, I: “Viceversa”

Para alguien que quizás lo sabe
A decir verdad, era un fenómeno interesante, si se lo analizaba con desapego. Pero no era factible que ella lo viese de esa manera. Para ella, el tener que convivir a un tiempo con la estricta repulsión y la atracción inevitable que sentía hacia él, era un serio problema.
No se trataba, tampoco, de esa extraña fascinación que nos lleva a veces –en especial, cuando somos niños- hacia las cosas horribles y repugnantes de la naturaleza. Por el contrario, ambos efectos, en su caso, coexistían separadamente, uno al lado del otro en el orden de sus emociones.
No era odio, ni siquiera algo semejante. Era la sencilla aversión que le causaba su pedantería; esa desagradable autosuficiencia que exudaban sus comentarios; ese aire de prepotencia con que se hallaba barnizado cada uno de sus gestos. A veces, al escucharlo, casi no podía resistir la tentación de escupirle en la cara todo lo que pensaba de sus opiniones sentenciosas, artificiosamente complicadas, que parecían tener por objeto la más completa incomprensión por parte del interlocutor.
No era amor; imposible. Era simple atracción. Simple, pero poderosa. Era descubrirse, de vez en cuando, observando fijamente la forma en que sus labios se movían al hablar, o siguiendo a sus finas manos, blanquísimas, describiendo arcos en el aire durante uno de sus largos soliloquios. Era darse cuenta de que la grave voz con que emitía esos mismos comentarios que la sacaban de quicio, le resultaba sensual, casi irresistible. Era a veces, descubrir algún rasgo suyo en cualquier hombre en el metro o en la calle –los mismos ojos penetrantes detrás de unos lentes de montura, o quizás la misma sonrisa escurridiza y esquiva- y percibir un leve cosquilleo en un lugar indefinido, que la hacía sentir incómoda consigo misma.
Ella pensaba –aquellas veces que se permitía pensar sobre este hecho- que esa oscura atracción que sentía hacia él, no podía equipararse al fuerte rechazo que le inspiraba su personalidad. Pero el problema –ése que ella se negaba a admitir- era que ambas sensaciones se debían, precisamente, a su personalidad. Había algo nocturno en él; algo oculto, que se escurría subrepticiamente tras su mirada, en el tono de su voz; algo, que le hablaba de fantasmas escondidos, de traumas del pasado, de otras personas habitando su espíritu. Algo, que la hacía preguntarse –sin alcanzar, sin atreverse a formularse la pregunta, ni siquiera en su mente- de qué innombrables cosas sería capaz en la intimidad de una habitación.
Pero ella prefería no insistir sobre ese punto. Evitarlo, esconderlo, hacer como si no estuviera ocurriendo, pues la sola sensación que le ocasionaba verlo era como si una serpiente venenosa se desenroscara danzando dentro de su alma: era descubrir que quizás había también algo nocturno, algo oscuro en ella, algo que se hallaba dormido y que sólo despertaba ante su presencia.
El problema era, entonces, que ella presentía de su parte una simétrica sensación de atracción y desprecio hacia ella. Todos eran capaces de ver los dardos que iban y venían entre uno y otro cuando se cometía el error de dejarlos en la misma habitación: críticas mordaces, insultos velados, a veces simples juegos infantiles que no alcanzaban ni siquiera a herir. Pero sólo ellos –porque ella estaba segura de que él también- podían ver las chispas saltando entre ambos, esa tenue capa que flotaba sobre el mutuo rechazo y que de vez en cuando los hacía traicionarse en una media sonrisa o un comentario amable.
Con el paso del tiempo dejarían de verse. Sin embargo, a ella no le importó. Siguió encontrando su mirada en otros rostros, tras unos lentes de montura, en el metro, o sus manos largas y blanquísimas eligiendo algún ejemplar en una librería, y sintiendo el mismo cosquilleo indefinido que no se parecía en nada al amor, pero que se asemejaba un poco, eso sí, al sexo. No se preocupó por lo que había quedado pendiente, porque sabía que algún día –o más bien, alguna noche- irían a parar a algún evento común, sus miradas se encontrarían sobre una copa de vino tinto y sabrían que había llegado el tiempo para ambos.

Comentarios

leer tu post fue lo mejor de mi dia, y mira que fueron 24 horas intensas, y que disfrute muchisimo la pelicula, gracias por tanto
Anónimo dijo…
es una foto mia...gracias por el cuento, encontre alli cosas sobre mi tambien, sobre el amor que tuve

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