Buscando un refugio

A veces, sobre todo en las ciudades, uno necesita un refugio. Un lugar donde se pueda estar a solas con uno mismo, y no me refiero a meditar ni nada de eso, sino simplemente pasar el rato a solas.
Esta mañana desperté con un terrible dolor de cabeza. Como no me he sentido bien todavía, había decidido dormir hasta tarde (tarde, para mí, son las 9 a.m) para recuperar fuerzas y regresar mañana a clases. Pero resulta que la ventana de mi cuarto da a un terreno baldío, repleto de maleza, y hoy alguien mandó a limpiarlo. Así que me despertó el desesperante ruido de una podadora taladrándome el cerebro, a dos metros de mi cama y amplificado magistralmente por mi dolor de cabeza. Aguanté un poco. Tapé la ventana. Nada.
Decidí irme al Sambil, con el escaso razonamiento que me permitía el dolor de cabeza y el aturdimiento causado por la podadora: el Sambil es lo que me queda más cerca, así como para sentarme, digo...
Me fui, entonces, con mi libreta, al Sambil, donde una musiquita atorrante que sonaba a todo volumen era más soportable que la podadora. Me tomé un café, traté de dibujar, me salieron unos monigotes, todo esto, sólo para darme cuenta de dos cosas: uno, que he tomado demasiado café y ya no me causa el mismo efecto: desarrollé tolerancia. Y dos, que no vale cualquier sitio. El Sambil, por ejemplo, es una pésima elección.
Entonces traté de recordar cuáles eran mis refugios antiguamente. Hace meses, acostumbraba irme al C.C. Camoruco a sentarme, evidentemente con mi consabido café, a mirar pasar a la gente y a escribir. Escribí algunos cuentos decentes en esas mesitas. Pero claro, en esos tiempos vivía en otro lugar, en un apartamento desde donde me podía ir caminando al Camoruco.
Antes de eso, ¿qué hacía?... Vivía en la Avenida Lara, y esa zona no es muy de sentarse al aire libre. Pero ya recuerdo: entonces mi facultad quedaba en el centro de Valencia, yo todavía tenía tiempo libre para derrochar y me sentaba, bien en la plaza de la Facultad, bien en el parque que se encontraba cruzando la calle, a escribir y a dibujar (mis grandes pasiones).
En fin, que de esto obtuve otras dos conclusiones: Primera, que me he mudado ya más de lo que quisiera. Y segunda, que en estos días no me gusta igual que antes ver pasar a la gente.
Así que, tengo ya varios meses viviendo en este anexo, y ¿por qué no había pensado en esto antes?... Me regreso a casa. Hace calor, y llego a casa empapada de sudor. Me doy cuenta de algo: éste es mi refugio. No ahorita, que parece campo de batalla. (Quinta conclusión: Soy un desastre). Pero sí cuando está ordenado. (Mi anexo, como mi vida, como el universo, tiene ciclos de orden y caos). Cuando está ordenado, es perfecto. Me siento aquí, junto a la ventana, una ventana preciosa, que me encanta, donde entra la brisa y se ven los árboles, y hasta de vez en cuando se oyen los pájaros. Me siento en la ventana, frente a mi laptop, que hasta internet (robado del wi-fi de algún vecino) tiene, y escribo. Me hago mi propio café (hoy no quiero). Me siento aquí, y navego, o leo, o pienso. Éste es mi refugio.
Qué bueno. Ahora sólo necesito ordenarlo.

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