Ciudad de zombis

Por ahí me han dicho últimamente que mis cuentos son cursis. Que mis temas son trillados. Que son fat-free. En resumen, que escribo mal. Pero como quiera que eso no me va a hacer dejar de escribir, aquí va otro cuento fat-free. (Por cierto: Estoy enferma desde hace tres días. Eso no me ha dado permiso para faltar a los exámenes ni a las clases, pero igual estoy prendida en fiebre. Así que no sé si estoy delirando. Saludos).

Ciudad de zombis

Salió a la calle buscando un mínimo de calor humano, y descubrió, ya sin sorpresa, que nadie la miraba al pasar. Buscó los ojos de las personas que caminaban por la calle, encontrando sólo miradas vacuas que la traspasaban como si no existiese, como si mirasen a través de ella, sin verla.
Aún el cielo no se decidía a amanecer y el aire gris de la madrugada la entristecía. Iba ya cansada, dos camionetas para llegar a casa de la patrona y tres para regresar, luego de haber limpiado la casa de otra familia, cocinado para los hijos de otra y lavado la ropa ajena, a limpiar su hogar humilde, rendir el escaso alimento y lavar la ropa que sus hijos vistieron hoy para que se secara y la vistieran de nuevo mañana. Al menos tenía un esposo, aunque éste pareciera constantemente preocupado por todo; por la falta de comida en la mesa y de dinero para comprar libros a sus hijos, y últimamente, cada vez más, por la salud mental de su mujer, que de vez en cuando hacía algún comentario absurdo que el atribuía al excesivo cansancio al que estaba sometida, al que estaban sometidos ambos, día a día.
No podía, sin embargo, dejar de preocuparle oír insinuar a su mujer, en tono bastante serio, que en la ciudad todos se estaban volviendo zombis. Se hizo el sordo, pensando que alguna película la habría traumatizado, pero qué película, si hacía al menos un siglo que no había dinero para ir al cine, y el pequeño televisor en blanco y negro se había declarado en huelga meses atrás, ni pensar en repararlo, más barato era comprar otro, y para eso no había plata.
Pero aquella mañana, al verla regresar a la casa casi acabando de salir, se preocupó de veras. La mujer no parpadeaba, y repetía nerviosa, “zombis, Ruperto, zombis, en esta ciudad todos se volvieron zombis”.
Había salido a la calle como cada día, buscando ansiosa las miradas de la gente que seguía de largo sin verla, y al pasar al lado de una joven que la miró a los ojos, le sonrió, con algo de esperanza. La joven bajó la vista y apuró el paso, y la mujer, deteniéndose de pronto con todo el peso de su esfuerzo de hormiga laboriosa y el cansancio de sus años vividos por triplicado gracias a la acción envejecedora de la pobreza, se sintió sola en un mundo de zombis, que vivían mecánicamente sin mirar a nadie, sin reconocerse en los demás.
Aún hoy, al pensar en aquella señora de aspecto cansado y sonrisa triste, me pregunto por qué no pude sonreír.

Comentarios

Gabriel Payares dijo…
El giro al cierre es ingenioso, aunque deja un leve sabor a trampa. Tal vez si fuese un poco más largo, podría la anécdota cocinarse mejor, se me ocurre.

En fin, oídos sordos a la crítica destructiva (o, si quieres, a la "dura crítica", como dicen por allí de algunos), y siga escribiendo; que si en algo tenemos que creer, es en que la constancia forja al maestro.

Saludos
Africa dijo…
Si hay algo peor que una critica destructiva es la indiferencia, has logrado llamar la etencion de algunos , eso es algo grande. Le dedicaron segundos de su vida a leer y de cierto modo pensar en tus palabras. No te preocupes y siga escribiendo ;).

EL cuento me agrado , aunque a mi parecer necesita algunas pausas , algunas frases me parecieron extremadamente largas y perdian sus intencionalidad.

Saludos
África

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